jueves, febrero 17, 2005

cuatro capítulos (VIII; IX; X; XI)

VIII. Marcel´s Fucking Head I

Era joven. Escuchaba Bob Dylan. Me emborrachaba rápido y me enamoraba igual. Luego vinieron días horribles en los que no pude dormir, y esto cambió mi rutina. Empecé a escuchar Nueva Ola por AM, y los lunes se volvieron sábados. Empecé a fumar cigarrillos más de la cuenta. Un día, en la Academia horrible donde me encontraba, me di conque me dolía terriblemente la espalda y pensé en mis adoloridos pulmones. Pobres pulmones. Comprobé que ya no aguantaba tanto tiempo dentro del agua en la piscina de un amigo, y decidí dejar de fumar. Estaba en esas cuando Marc (mi amigo de la infancia, el de la piscina) me presentó un día soleado de verano a un viejo compañero suyo de su promoción. Se hacía llamar Billy, y este amigo suyo, Billy, me aconsejó fumar más hierba. Yo me reí y le dije:
- Claro. A mí me gustaría fumarme ahora mismo un tronchito...
Así que salimos a pasear. Yo no fumaba mucha marihuana entonces, aunque escuchaba Bob Dylan y también escuchaba Lou Reed. Tenía el video completo de Woodstook en VHS que nadie tenía. Había conseguido en Quilca un casete pirata de Pet Sounds de los Beach Boys que aquí es imposible de conseguir. Pensé en ello y le dije a Billy, muy serio:
- Rayos, dónde es que consigues moños tan buenos.
- Bueno... Ehhhermano... La ganya no se vende, tú sabes, es un regalo de Dios.
Marc y yo nos miramos.
- Entonces me estás diciendo que tú mismo la cultivas.
Billy hizo una pausa, seguía fumando.
- Hermano... la ganya es un regalo de Dios.
- Sí, eso ya lo dijiste. Pero lo que te pregunté es que dónde la consigues.
Billy le dio una fuerte pitada a su enorme varulo. Su cabeza estaba repleta de dreads y hablaba con pequeñas pausas. Era un tío realmente molesto.
- Uyy... bueno, qué más da. Les daré el número...
Así conseguidos el número de Pete, cara de chulo. Un dealer que realmente la movía y vendía marihuana a partir de diez dólares. También vendía una excelente cocaína a veinte soles el falso y Billy nos prometió calidad. Al menos en cocaína. Solo nos dijo que tratáramos con cuidado al sujeto. Que a Pete, cara de chulo, le patinaba el coco. Andaba un poco trastornado desde que mataron a su hermano a golpes frente a la embajada de España. Era una cosa de locos.
Así que Marc y yo nos reímos y decidimos comprar una buena cantidad de esa hierba tan verde y dulce que nos había prometido Billy. Decidimos comprar por primera vez marihuana.
- Vamos, Marc. Apúrate.
Fue un día raro. Me desperté demasiado tarde y llevaba conmigo la misma ropa con la que había dormido. Recién empezaba a dormir en el segundo piso que arreglaron mis padres para mí solo, encima de ellos. Así que hacía prácticamente lo que quería. Recuerdo que yo les había dicho: “Es todo, me largo”, y ellos dijeron: “Perfecto, vivirás arriba”. Creo que fue la vez que escuché tres veces seguidas “Like a Rolling Stone” y quise recorrer Estados Unidos como Jack Kerouac en los años cuarentas.
- ¿Por qué te demoraste tanto?
Marc salió disparado. Vestía una ropa de baño vieja y un bibidí blanco.
- No sabía qué excusa darle a mi viejo.
Se empezó a morder una uña mientras caminábamos. Ya esperaba malas noticias de parte suya.
- ¿Y conseguiste el dinero?
Marc rebuscó en su billetera.
- No. Solo tengo diez soles.
- ¿Y ahora?
Dimos vueltas alrededor del parque César Vallejo.
- Vamos a casa nomás. Hace un calor de mierda.
- No. -Le dije- No quiero volver a casa y pensar que todo es igual.
Se me ocurrió una idea.

- ¡Esa gente!
- Qué hay Marcel.
Dedo y El Men me miraron desconcertados. Entonces aún eran casi unos niños.
- Ahí -dijo Marc- ¿qué planes?
- Nahh... Estábamos buscando algo qué hacer. -Dedo era sumamente flaco y su pelo era marrón y desordenado. Su cara era larga y graciosa. Vestía polos muy grandes y pantalones también muy grandes.- ¿Y ustedes, qué piensan hacer?
El Men se dedicaba más que otra cosa a fumar cigarrillos y a andar todo el tiempo metido en la capucha de su sudadera marrón.
- Bueno. Nosotros íbamos a comprar, ya sabes. Algo de marihuana...
A Dedo se le iluminaron los ojos.
- ¿En serio?
- Sí... es solo que no tenemos suficiente dinero.
El Dedo miró a El Men. El Men siguió mordiendo su encendedor con la mirada perdida.
- Eh, ¡eh! ¿Y si yo pusiera lo que falta?
- Bueno, sería excelente.
- ¿Me darías mi parte?
- Claro que sí.
Creo que a Dedo le decían Dedo porque se tenía el dedo al culo...
- Bueno, bueno -dijo Dedo- pero yo no fumo mucho.
- Ni yo.
- Entonces vamos a mi casa. Ahí tengo algo de dinero. ¿Cuánto es lo que falta?
- Un minuto -dijo El Men.
- ¿Qué? ¿Qué sucede?
El Men no llevaba consigo aquella sudadera marrón, pero cuando la llevaba puesta se metía en su capucha y parecía ALF en aquel capítulo en el que se lo llevan a la NASA. Creo que era la primera vez que lo escuchaba hablar.
- Yo también voy a poner.
- ¿Qué? -Gritó Dedo- Yo no sabía que tú fumaras.
- Es igual. -Dijo El Men- ¿Cuánto tengo que poner?
- No lo sé -musité, mirando el parque.- ¿Cuánto es lo que va a poner cada uno?
Ambos me miraron desconcertados.
- Hagamos una cosa. Tenemos que reunir 35 soles. Marc pone 10, y yo pondré 10. Entre ustedes dos, pongan 15. Tomando en cuenta llamadas y todo eso.
Dedo y El Men se miraron.
- Escucha -propuso Dedo haciendo un ademán extraño con sus manos y con todo su cuerpo.- Van a comprar 10 dólares, no.
Marc y yo nos miramos.
- Así parece.
- Y si entre... El Men y yo... hacemos... 10 más.
- ¿Qué, 10 dólares más?
Marc y yo nos miramos.
- Asu, ¿tanta hierba?
- ¿Tú qué dices, Men?
El Men había se vuelto a meter su encendedor anaranjado en la boca.
- Creo que me parece bien.
Entonces tomamos el dinero y caminamos en dirección a su casa.

Llegó el día en el que tuve que meterme a ese asqueroso edificio, donde supuestamente ingresaría a la Universidad. En el transcurso de los meses que habían pasado ese año sucedieron muchas cosas. Me metí con Lucía. La conocí un día de fiesta en casa de unos tíos (creo que Lucía es una especie de pariente lejana, o algo por el estilo, pero ella no lo sabe, y sus padres tampoco lo saben) y luego terminé con ella. También me enamoré de una chica hermosa que sacaba copias en los alrededores de la Universidad Ricardo Palma mientras yo imprimía lo que sería mi primer intento de novela. Tuve ganas de hablarle, pero no lo hice. Y en fin, no es nada importante y sería inútil hablar de ello.
Terminé de leer libros que me sirvieron como herramientas claves para escribir por primera vez una novela. Estaría ambientada en la década de los sesentas, en Estados Unidos. Y sería una especie de fantasía, de vivir en una época en la que me hubiera encantado vivir. Y empecé a vestirme como mis personajes y la gente empezó a mirarme extraño. Me volví vegetariano. Luego mis padres me enviaron a vivir arriba. Pensaron que estaba loco. Aproveché al máximo mi soledad para escribir a mano mientras ellos pensaban que yo estaba estudiando. Luego subirían la PC y sin decirle nada a nadie pasé en limpio aquellos capítulos.
Finalmente un día pasó lo que tenía que pasar, y me llevaron a aquel horroroso edificio que para mí sólo significaba otro gran pedazo de estableshment más hecho concreto. Me llevaron en carro y me desearon mucha suerte en la puerta.
- ¿Qué parte de “yo no quiero ingresar a la Universidad” no entendieron?
- Suerte, mi amor.
Amaba a mi mamá, aún la amo, pero entonces pensaba que ella nunca me iba a entender, y como máximo signo de desprecio y venganza y rebeldía hacia todo me limité a largarme de aquel lugar para siempre sin interesarme por nada en el mundo.
- ¿Qué pasó, Marcel?
Justo tenía que encontrarme con mi viejo en la entrada del pasaje donde quedaba mi casa.
- ¿Estuvo tan rápida la cosa?
- No estuvo nada, papá. -Le dije, muy serio.- Simplemente no lo di.
Fue la crisis más grande del mundo. Nunca vi a mis padres tan decepcionados conmigo. Como muestra de mi desinterés generalizado, subí y me dediqué a escribir todo lo que quedaba de aquel día de verano. A la mañana siguiente no me dirigieron la palabra.
Empecé a leer “Loca sabiduría, la historia de la generación Beat” que ellos mismo me habían comprado. Finalmente, después de leerlo en tiempo record, me convencí de que lo que había hecho era lo correcto. No iba a ser un universitario más; era todo un artista.
Pero artista es un término muy usado y muy manoseado por todos. Yo una vez conocí a un tío horroroso que tintaba cuadros horribles y decía que era un artista. También hay tíos locos que hacen adornos raros con plástico y dicen que es arte. Por mi parte, yo siempre he pensado que las dos formas más importantes de arte son la literatura y la música. Todo lo demás está muy por debajo de estas dos ciencias puras.
Por otro lado, yo siempre me he considerado un instrumento que solo sigue un camino predeterminado en la vida. Un instrumento de Dios. Y esto es ser un artista. Pero lo que yo necesitaba en ese momento no era otra cosa que un buen paco de excelente marihuana en mi haber. Así que llamamos a Pete, cara de Chulo, desde un teléfono público, un tanto alejado de nuestras casas.
- Aló, ¿Pete? ¿Pete?
- ¿Quién habla?
- Un amigo.
La comunicación estaba terrible. Se oían chasquidos y una especie de interferencia local.
- ¿Un amigo?
- Así es.
- Yo no tengo amigos.
Dedo y Marc estaban muy impacientes, El Men prendía otro cigarrillo sentado al borde de la vereda.
- Rayos, sólo quiero comprarte dos pacos de diez.
- ¿Diez qué?
- Diez dólares, pues. Me dijeron que solo vendes en dólares.
- ¿Cómo te llamas?
- Marcel.
- ¿Dónde estás?
- Cerca al parque frente al colegio Santa María.
- ¿Cómo estás vestido?
- ¿Eh?
La máquina marcó un pito. Me apuré en meter otra moneda.
- ¿Qué como estoy vestido?
- Sí.
- Llevo un buzo, un polo blanco. Sandalias
- ¿Y qué más?
- Estoy con tres amigos. Uno lleva un bibidí y una ropa de baño, y también lleva sandalias.
- Okay, espérenme allí media hora. Frente al colegio Santa María.
- ¿Media hora?
- Sí... ¿20 no?
- Así es, 20.
- No demoro.
Colgué y nos dispusimos a esperar.

IX. The lonely and saddest story of Lili and her little animals II

En el local dentro de Las Torres de Limatambo (sucio, bullicioso) donde Roxana, Miriam y yo conversamos, ponen música que es Nueva Ola durante toda la tarde. Cerca de las seis, nosotras sostenemos con fuerza vasos de cerveza helada mientras alrededor nuestro hay viejos tíos de cabelleras hundidas y voces estereofónicas que por momentos hablan de Roxana y de Miriam como si fueran valiosas piezas de sexo (a pesar de su mal aspecto, y el sol, ¿o es precisamente por sus ojeras y por su piel blanca y resinosa?) y solo después de breves minutos de desconcierto e intoxicación, reconozco entre conversaciones absurdas la voz gangosa de César Hichicaua que sale del viejo aparato del tipo que en este instante atiende la mesa y se ríe.
Yo, mientras tanto, les digo a Roxana y a Miriam que todo va bien, que de seguro son Los Doltons y que ciertamente estamos a salvo en un lugar como este.
- Pero qué lugar tan horrible -balbucea Roxana, mientras sorbe otra vez su vaso y nos mira.
Miriam ríe, y después de eso me lanza una de aquellas miradas que me ponen la piel de gallina y tengo que cruzar las piernas y esperar.
Luego, Roxana agrega:
- Tú no lo sabías, Lili -señalándome, con uno de los dedos que mantiene firmes mientras bebe su cerveza helada y fuma-. Pero yo tenía mucho frío, demasiado frío -eructa, despidiendo una bola de humo por su boca, y otra vez balbucea- y estaba con resaca... -se tambalea, hace un par de movimientos y después se cae- estaba terriblemente mal a eso de las cinco y media de la mañana -me dice-, la única maldita hora en todo el día donde los vientos huracanados del sur se cuelan hasta llegar a la ventana de tu segundo piso en Breña... -Miriam y yo nos miramos, aguardamos con los ojos muy abiertos, y después Roxana nos hace temblar- Pensé que habría un ventilador, ya sabes, en tu sala, o en tu cocina, o en el comedor de tu casa, en fin... en alguna parte, pero no, ¡no había nada! -Aguarda un segundo, y después continúa.- Me levanté del piso como pude, Dios, no era la primera vez que pasaba la noche fuera de casa, pero tenía esa sensación...
Hay un segundo de completo y absurdo silencio en la que todos en el local aguardan inmóviles. Miriam sonríe lo más que puede y se ríe. Yo coloco mi mano sobre una de sus piernas. Roxana sujeta aquella papelina llena de cocaína y se la lleva al baño de prisa.
¿Estaría incómoda?
Le pregunté a Miriam si ella tendría sexo con nosotras.
Miriam rió:
- ¡Pero qué dices Lili!-retirando mi mano- Me estás jodiendo, ¿verdad?
Pensé un segundo en ello.
- No... -le dije- ¡eres tú la que me está jodiendo!
Intenté estamparle un beso, pero eso no funcionó.
Pude sentir bien que algunos de los tíos volteaban a mirar la escena conmovidos. Podía ver ese brillo en los ojos castaños de Miriam. Me erguí.
Escabullí mis dedos dentro de su faldita veraniega.
- No llevas calzón... -murmuré- eres un perra...
Miriam sonrió enseñándome sus dientes. Cruzó ambas piernas y esperó a que Roxana regresara por lo que quedaba de cerveza.
- El último sorbo siempre es el peor -increpé.
Entonces me puse a hablarles de sexo, y les recordé aquella vez cuando estábamos viendo películas mientras caían bombas en Sarajevo. Ambas me miraron extrañadas. Roxana dijo algo en voz alta:
- Oye, Miriam, creo que tu amiguita se me está insinuando...
A lo que Miriam dijo:
- No me digas nada... yo ni siquiera llevo bragas.
No me gustaba la idea, pero estaba ebria hasta la médula. Así que solo me digné a pensar en aquella palabra: bragas. Braguitas. Bragueta. Ansiaba comerme a Miriam. Definitivamente, ansiaba tocarla. Y mojar mi cara en su vagina peluda. Sí. Ansiaba sobretodo eso, lamerla. Lamerla toda. Y pensaba en ello mientras veía a Roxana (aquella chica de pequeña estatura, ojos verdes y azules, y pelo pintado de rojo) pagar algunas de las cervezas y tambalearse ante la estupefacción y la cara de todos aquellos tipos atónitos y viejos borrachos de las Torres de Limatambo durante el oscurecer. Y me sentía en la más mínima expresión. Obsesionada. Me daba asco a mí misma, mientras caminábamos entre aquellos edificios altos por la noche, y mientras Roxana (fuera de sí, completamente fuera de sí) prendía un cigarrillo tras otro. Y los encadenaba. Y por momentos prendía gordos canutos llenos de marihuana riposa que todas fumábamos porque estábamos ebrias, cansadas del sol de febrero, del calor del verano de 1998, del Fenómeno de el Niño y todo ese rollo. Porque ella (Roxana) iba a ser madre. Y había decidido no abortar. Y encima, había logrado mantenerse de pié todo este tiempo, sin tropezarse ni una sola vez en el camino, en la vereda de las Torres de Limatambo. Roxana era fuerte, decidida. Roxana se aventuraba.
Pero yo no.
Yo estaba enamorada de Miriam (¿o eso nunca sucedió?) pensando en ella cada minuto del día. Imaginando que íbamos a ser felices. Que viviríamos en aquella estúpida casa de campo, fuera de los dominios de las Torres de Limatambo al anochecer. Y ella sería poeta (o lo que quisiera ser) y yo sería socialista o feminista o trabajaría en una ONG dedicada a cosas importantes, como la familia peruana, o los derechos del ama de casa, antes de usar una prótesis al momento de hacer el amor con ella.
Roxana nos hizo una de aquellas bromas extrañas.
- Hay que tomarle fotos a nuestras vaginas peludas. Vamos, ¿qué dicen?...
- ¿Ustedes creen que alguno de estos tíos, quiera tomarle fotos a nuestras peludas vaginas?
- No lo sé, ¿están muy peludas?
- Pero qué dicen -agregó Roxana, luego de un prolongado silencio.
- Habría que preguntarles -sugerí.
Nos ocultamos debajo de unas escaleras y el humo.
- ¡Eh! ¡Miriam! ¡Vamos!
- ¿Qué? ¿A dónde?
- Mmm, vamos a mi casa.
- ¡A tú casa! ¡Qué!
- Sí, vamos... Breña no está muy lejos.
Miriam rió:
- Estás loca.
Esperé un par de minutos. Todo me daba vueltas.
- Roxana, ¡vamos! -grité.
- ¿A dónde, Lili? -respondió, minutos más tarde.
- A mi casa, vamos...
Hubo unos segundos congelados donde ambas, Miriam y yo, desesperadamente nos tomamos de la mano. Nos miramos.
- Y en tu casa... en Breña... ¿hay algo?
- ¿Algo como qué? ¿De beber?
- Sí... Lili, ¿hay algo qué beber?
Miré a Miriam. Ella me apretó la mano. Me apoyé contra la pared rojiza de uno de los edificios urbanos dentro las Torres de Limatambo. De pronto pensé en eso y le dije:
- Sí, definitivamente quedará algo de vodka de anoche, estoy casi segura.
Roxana estaba sentada en la vereda a los pies de un edificio. La gente que pasaba por ahí nos miraba. Y Roxana se encontraba agazapada, cubierta por la oscuridad de la noche.
Miriam me miró.
Yo lancé varias miradas al cielo, cubierto de estrellas apenas visibles durante el día. De pronto, de alguno de aquellos departamentos salía música de moda. Miriam sonrió y yo hice lo mismo. Mentalmente nos pusimos a bailar.
Le susurré al oído:
- Vamos.
Miriam negó con la cabeza.
- No tengo ganas, Lili.
- Eh... ¿por qué no?
- No lo sé.
Miré a mi alrededor.
- Confía en mí. Vamos.
No me miraba a los ojos, Miriam tenía la cabeza gacha y no me miraba.
- Simplemente no tengo ganas.
La tensión subió de mis rodillas a mi cerebro, repleto de cocaína. Mis hormonas oscilaban. De pronto me encontraba frustrada.
- Lili, estoy ebria... -aseguró.
Movía su cabeza a ambos lados tratando de alcanzar algo de lucidez. De pronto estaba llorando. Gemía amargamente. Y Roxana también lloraba (o podía ser que llorara desde hacía días) y yo saqué de mi bolsillo un cigarrillo arrugado y me puse a fumar.

- Pero qué les pasa, chicas, por Dios.
Después de varios minutos (en los cuales escupí, sentí rabia, y lloré) Roxana balbuceó con la voz entrecortada:
- No soporto más esto -sacudiendo fuertemente su cabeza-. Me voy a casa.
Miré a mi alrededor. Mi cerebro aplicó una enorme dosis de adrenalina que me devolvió parcialmente a la lucidez.
- ¿Dónde es que vives? -le pregunté, interesada en el taxi y en las posibilidades de que me jale.
- En Salamanca.
Roxana se puso de pié, tambaleante. Sacudió su pantalón viejo y desgastado. Había pasado como una hora. Miriam y Roxana se miraron largo rato. Luego se abrazaron.
Yo me encontraba allí circunstancialmente.
- Bueno, creo que yo mejor me voy.
Caminé un par de metros y esperé a que terminaran de hablar. Miriam y Roxana intercambiaban una serie de oraciones. Se abrazaban, se tomaban las manos. Lloraban. Se volvieron a besar. En la frente, en las mejillas. Conque la cosa se puso extraña y yo me fui.
- ¡Lili!
- ¿Qué pasó?
Había salido ya de las Torres de Limatambo. Era medianoche.
- Te jalo por allí, ¿qué dices?
- Me parece bien.
- ¿Y tú? -Preguntó Roxana- ¿qué vas a hacer, Miriam?
- No sé, ¿qué hay?
Ambas me miraron.
- Miriam, ¿vas a seguir chupando? -le pregunté.
- Sí... Puede ser, puede ser.
Enmudecí.
- No te pareció suficiente.
- Bueno -balbuceó-, es eso o quedarme aquí ¿verdad?
Roxana detuvo un taxi.
- Vengan, las dejaré botadas por ahí.
La situación de Roxana era jodida. Pero aún así, prendió un enorme y verde canuto en el taxi.

X. Caneto´s Flashback II

Sería 1998, me imagino, y sería invierno. Al menos, yo lo recuerdo así. Aunque pudo muy bien haber sido otoño, como pudo haber sido primavera, o verano. Pero yo imagino que era invierno, porque así lo recuerdo: el cielo gris de Chacarilla y los parques de Monterrico al anochecer. Y pudo haber sido otoño, porque recién comenzaban las clases y yo apenas conocía a Melisa. Una especie de manto transparente cubrió la simetría de aquellos días entonces. Recuerdo que me encontraba sobresaltado, esa vez en que nos quedamos hasta tarde a fumar cigarrillos y conversar, y esa tarde después de la clase de basketball. Éramos Margarita, Melisa y yo en un salón de clases a oscuras.
Recuerdo que yo llevaba un polo de manga larga, color lúcuma, y anchos maletines con ropa. Melisa dijo:
- Traes demasiado aquí. ¿No crees?
Y después de eso, Margarita exclamó:
- Pero qué asco bañarse en esas duchas... -Haciendo una irreconocible mueca con la cara
Yo recuerdo que a los catorce o quince años todo era muy normal. Yo llevaba un montón de ropa en aquellos maletines esa vez que me las encontré susurrándose al oído una serie de cosas como locas, en uno de los salones en los que entonces nos dictaban laboratorio de Química en Tercero de secundaria.
Recuerdo que les pregunte:
- ¿Pero qué es lo que hacen aquí?
Y ellas me miraron con cara de ‘ya moriste, Caneto’ como si mientras nos adentrábamos en la oscuridad de uno de los salones de secundaria (podría ser de Primero o de Segundo, no lo recuerdo) era como si siguiéramos con un plan prediseñado por años.
Ellas alegaron:
- Nos quedamos para recibir un taller de reforzamiento del curso de Inglés -del cual nunca en mi vida volvería a escuchar- pero la profesora no vino.
Por supuesto que sí, dije.
- ¿Y tú qué haces por aquí, Caneto?
Yo era bueno para esas cosas entonces, sólo que después me volví apático, y así alguna gente cambia y otra no, y otra se vuelve cínica. Solo que yo me volví apático y luego me volví cínico. Porque para ese entonces, para ese tipo de relaciones a esa edad, yo era muy adolescente. Y esas cosas pasan, porque alguna gente cambia...
Melisa y Margarita rieron (yo recuerdo que eran muy unidas entonces, y que todo el día iban de arriba a abajo, de un lugar a otro, hasta que se alejaban caminando, dando tumbos, después de clases) y por lo general, nadie sabía bien a qué se dedicaban o por qué caminaban siempre juntas, y a muy poca gente le interesó averiguarlo. Y yo, que era tan enamoradizo entonces (aunque, en realidad, yo nunca fui enamoradizo ni nada) conversaba con ellas de cualquier cosa, un poco con ánimos de molestar, debido a que por esas casualidades del destino los tres estábamos en el mismo salón de clases y hablábamos el mismo idioma.
Yo solía arrimarme donde ellas, dependiendo de mi estado de ánimo. Y yo tan sólo atinaba a conversar de lo básico, cosas cómo ¿cuál es la respuesta de la pregunta cinco? o ¿qué prefieres, Chile o Bolivia? o ¿quién ganó en la guerra civil española?
Y Margarita todo el tiempo se copiaba, y yo era parte importante del asunto (si es que me convenía, claro) aunque en esta época de la que les hablo era todo muy distinto, porque aún no se celebraban bien las fiestas de quince años y aún muy poca gente solía salir de noche y caer ebria. Aunque, definitivamente, algunos ya lo hacíamos...
En esa ocasión yo me senté junto a ellas sonriendo (y casi con una sonrisa estúpida en la cara) y a decir verdad ya ni recuerdo de qué hablamos, así como no recuerdo bien nada de aquella época, debido al manto transparente que he ido desarrollado con los años gracias a la ayuda que recibo con certeza de gente que también quiere olvidarse de su pasado.
Y yo de esto no me he olvidado porque los recuerdos felices son los mejores y los que más vale la pena recordar. Así que yo de aquella época puedo recordar el sudor de las clases de basketball, las fría ducha del baño, la media luz imperante del lugar: el salón de clases, las pizarras verdes, las tizas rosadas y blancas y de diferentes colores, todas mezcladas, y los susurros inquietos de chicas de apenas quince años...
Y yo a ellas apenas las puedo recordar lejanas así como las conocí entonces.
- Caneto, déjanos hacerte una pregunta.
- ¿De qué se trata?
Ojeaba el ejemplar de un ‘Caretas’ que de pura casualidad había encontrado en el fondo de uno de los maletines que llevaba conmigo. Ese invierno había caído más rápido de lo habitual, más frío y más nebuloso. Y en la carátula del ‘Caretas’ salía el presidente dándole la mano a uno de sus ministros, y ambos llevaban indescifrables muecas en la cara.
Yo me reí.
- ¿De qué se trata?
- Dinos ¿a quién preferirías tú
Me quedé quieto.
Las ventanas del salón de clases eran amarillas y la luz entraba teñida durante el anochecer, hacía mucho frío. Me reí, aunque supongo que debe haber sido puro histrionismo.
- Oh... a mí me gusta Claudia...
Una ola de viento helado inundó la habitación entonces. Miré sobrecogido las piernas desnudas de ambas (de las chicas) bajo la falda escocesa del colegio.
- Tiene un trasero enorme.
Ambas rieron, después de un segundo de silencio. Margarita y Melisa eran parecidas, llevaban el pelo del mismo tamaño y de la misma forma. Caminaban igual y vestían el mismo uniforme que todas. Es decir, pasaban desapercibidas entre la multitud; no eran demasiado bonitas. Claudia había repetido o algo así, y no estaba en nuestro salón, aunque era conocida y algunos la calificábamos como la chica más bonita de la promo.
Margarita hizo un gesto, algo así como un guiño:
- Buuuu... -y creo que se refería más que nada a Melisa, aunque no podría estar muy seguro de ello.
Pero yo no quería nada con Melisa entonces (claro que no), y tampoco quise nada con Melisa tiempo después. Únicamente sé que nos quedamos un rato más en el salón, haciendo tiempo mientras veíamos que los encargados de limpieza terminaban sus últimos avances antes de largarse de allí. Y en ese instante, antes de que llegara alguien (no recuerdo quién) me enteré de que Margarita y Melisa habían estudiado juntas hacía años, y luego me hicieron una broma acerca de un problema cardiaco que padecía Melisa y que, afortunadamente, lograron desmentir a tiempo...
Luego caminamos fumando aquellos cigarrillos hasta que el anochecer nos contempló llegar a Monterrico sin motivo aparente. En el primer parque en el que estuvimos a solas, nos echamos a descansar. Recuerdo que Melisa tenía una vista compleja y que Margarita gustaba mucho del osito Pooh en aquella época (creo que lo reflejaba en sus actos, o en su comportamiento) y también recuerdo que nunca me la imaginé así, ni nada. Ni nunca me la imaginé con la iniciativa (y pensar que de eso sólo hace unos años) recuerdo que mientras mirábamos las estrellas (¿o el cielo negro?, porque en Lima nunca hubo estrellas) cuando Margarita vino a mi lado y me besó, no en la boca, simplemente me beso en la cara, en las mejillas, en la frente, en la nariz, y luego me miró contenta, insatisfecha, antes de que Melisa me mirara de nuevo.

Gustavo Petrovich tenía un libro que decía BELLAS ARTES y todo el tiempo decía que iba a estudiar en la Escuela de Bellas Artes. Sin embargo, esto no se dio (y además todos sabíamos que no lo iba a lograr) porque en Bellas Artes no hay literatura, y lo que Gustavo quería era estudiar literatura.
Yo nada con las artes, claro que no. Por eso aquel día mientras Gustavo se paseaba y cruzaba la avenida Primavera uniformado de extremo a extremo, leyendo y contemplando gráficos y fotos de alguna que otra obra del siglo XX, yo caminaba con Melisa del brazo mientras pensaba:
- ¿Qué tanto le habla a Gustavo? -refiriéndome a Margarita, quien lo tomaba de su casaca marrón mientras ambos cruzaban la pista. Y yo pensaba cosas como:
- ¿Quién carajo es Gustavo Petrovich? -Porque nunca antes me había hablado con él.
Y ahora que pienso en eso, efectivamente, le hablo poco, o quizá nunca le he propinado palabra. Cosa que es realmente extraña en un mundo como éste. Así que cruzamos la avenida Primavera, Margarita, Gustavo y yo, y Melisa, por supuesto, y caminamos hasta un parque que era completamente desconocido para mí, cerca a la casa de Gustavo, mientras Margarita caminaba absorta del todo, interesada sólo en lo que él decía (y yo, con lo desesperado que me encontraba) mientras un par de chicos de la Touluse Loutrec, o pudieron haber sido veinte, fumaban mucha marihuana cerca a un árbol (y nosotros, que éramos tan niños) formando un círculo bajo el cielo gris de Lima. Tomé asiento, aprovechando para ocupar un lugar junto a Margarita, mientras Gustavo permanecía atento a lo que parecía ser una figura geométrica desconcertante.
Margarita dijo:
- Me gustaría vivir en el siglo XIX...
Y esa fue una pregunta frente a la que yo tuve que decir:
- ¿Qué?
- Ya sabes, por la sensualidad... y todo ese rollo...
Y la verdad es que yo de arte sé poco (porque cuando veo una pintura parece que me pierdo en lo más insignificante) y en aquel momento lo único que yo veía eran puras pendejadas. Luego supe que la imagen a la que ellos se referían era otra, que resultó ser del siglo XVIII. Se llamaba “Experimento con la máquina neumática”, eso sí lo recuerdo. Me pregunté entonces, dónde carajo estaba la sensualidad. Y creo que todos permanecimos callados.
Cambiaron de imagen. Ahora hablaban de otra cosa. Me pregunté si es que Gustavo traía aquel libro lleno de láminas para divertirse un rato o si lo traía únicamente para poder presumir de ello. Hartado hasta los dientes de esa mierda, preferí irme a fumar cigarrillos al parque frente a la exposición, que era un parque frente a una casa pintada de amarillo, que tenía un garaje (la cosa es que en ese garaje había un tipo, medio loco, medio anaranjado, que vendía todo tipo de drogas y alcohol) cuando de pronto me fijé un poco más en su cara y vi a Gustavo y luego vi a Margarita y a Melisa, estaban profundamente aburridos y desilusionados de todo, y me pregunté entonces dónde se había metido el gordo Manuel, porque si lo hubiera podido encontrar a la hora de la salida habríamos ido al parque frente a la exposición, que en realidad era un taller (¿taller de fotos?, ¿taller de autos?, ¿taller de artes plásticas?) y tal vez si lo intentaba averiguar, podría...
- Esa es buena -dijo Gustavo.
- Sí es muy buena -dijo Margarita después de una pausa- Es ¿surreal?...
- Sí.
Una pausa que se hizo eterna.
- Supongo que sí.
Un avión pasó cerca. Los fumones de al lado se asustaron y huyeron despavoridos. Gustavo, Margarita y Melisa siguieron hablando, solo que yo ya no los podía escuchar. Prendí un cigarrillo y me encogí de hombros.
- “Máquina gorjeante”. -Leyó Gustavo- De Paul Klee, 1922...
Margarita asintió.
- Sí, parece surreal...
Una mueca. Una expresión agria. Una sonrisa de Melisa que rechazo categóricamente. Un recuerdo reciente y una pregunta ambigua sin ganas de ser concretada...
- ¿Qué te sucede Caneto? -preguntó alguien.
Aún recuerdo la cara de Gustavo con sus lentes de montura fina. Piso algo que resulta ser un caracol, y es hueco, triste, acaramelado...
- Nada, no me pasó nada -y después de unos minutos de inquietante silencio-. Creo que mejor me voy...
Entonces me miraron atentos y luego hicieron un largo adiós. Se perdieron otra vez en sus oraciones aparentemente intelectuales. Y todo alrededor me parece acaso como el día y los árboles, durante el invierno. Todo como una gran mueca burlona. Y luego Margarita y Melisa regresan al colegio, se esconden en un salón de clases a oscuras, hacen sus tareas y no dejan de murmurar...

XI. Marcel’s Fucking Head II

Era un auto deportivo blanco. Se estacionó en la esquina que daba justo frente al parque y me hizo una seña, creo que apenas me vio me reconoció.
- Pete.
- ¿Cómo estás?
Le entregué los veinte dólares.
- Muy bien, hermano.
Pete, cara de chulo, me entregó dos bolsitas llenas de cocaína. Era mucha cocaína brillante. Había otro tipo, al que creo no vi o no me fijé bien pero que con seguridad llevaba el pelo rubio hasta los hombros y estaba demasiado drogado.
- Pete, te has equivocado.
- ¿A qué te refieres?
Pete estaba muy apurado.
- Lo que yo te he comprado es marihuana no esta porquería.
Pete, cara de chulo, se ofuscó.
- Mira, huevón, esta no es una porquería de mierda, es la mejor coca de Lima imbésil.
El otro tío, el que cabeceaba, susurró:
- Ahhhhh...
Pete, cara de chulo, me metió en el deportivo blanco y aceleró la marcha. Casi no alcancé a hacerle una seña a mis amigos.
- ¿Y ahora?
- Mierda, ¿quieres marihuana? En serio no quieres las bolsitas... son de primera huevón.
Me sentí muy confundido.
- Yo lo único que quiero es fumar.
Abrí una de las bolsitas y caté la calidad del producto.
- ¿Qué tal?
- No siento mi lengua.
- Buena, ¿no?
El tío que cabeceaba se reía y repetía palabras como un loco.
- ¿Qué le pasa?
- Se ha metido un trip.
- Oh, ya veo.
- Mira, ¡huevón! Mira lo que hago por ti. -Pete, cara de chulo, gritó- Iré a casa de un amigo cerca a la avenida Aviación. Allí conseguiremos tu hierba, ¿okey?
- Sí, muy bien Pete.
- Hijo de puta. No me digas Pete. Dime tío.
- Okey, tío. -Y en seguida, al otro sujeto- Oye, hermano, cómo es que se siente estar en un trip.
- Piugishoy2isyh82yxknkkjapk{a.
- Ya veo.
Pasamos junto a una Pathfinder. Pete fumaba cigarrillo tras otro. En seguida cuadró en una esquina y se metió con un espejo y con una cañita un par de rayas. Bajó del deportivo blanco y me dijo que tuviera cuidado con el loco.
Tocó el timbre de una casa de rejas negras. Un par de señores de edad salieron. Negaron la presencia de alguien. Pete, que en realidad en ese momento tenía una cara de chulo terrible, se puso sus anteojos de sol y esperó detrás del auto. Los señores de edad abandonaron el lugar en un Ford de antaño. En seguida salió alguien de la casa. Estaba en pijama. Pete y él acordaron algo. El tipo se metió en la casa y Pete terminó de fumar su cigarrillo.
- ¿Qué pasó?
- Viene con el paco.
El tipo de la casa salió apurado con una bata encima. Se metió al carro y celebró el estado de su amigo, el chico del ácido. Luego me enseñó el paco.
- ¿Qué te parece?
- Hummm, se ve muy buena pero creo que por veinte dólares es poco.
El tipo de la bata rió.
- Le parece poco.
Todos rieron. Pasamos por un parque que nunca había visto en mi vida. El tipo de la hierba buena pero escasa prendió un enorme cigarro de marihuana. Todos fumamos. El parque donde estábamos había sido hacía poco, según contaron ellos, escenario de una emboscada brutal. Habían allanado y perseguido allí mismo al antiguo proveedor de hierba de la zona. Muchas camionetas Pathfinder y muchos polis sueltos. Muchas llamadas telefónicas por cobrar y muchos cableados por donde se escaparon voces. Terrible, pero era lo que más les convenía a ellos a la larga. Muy pronto no tuve duda de nada.
- ¿Y qué dices?
- Me la llevo.
- Excelente.
El tipo de la bata me dejó su número para el futuro. Se llamaba Gabriel. Bajó del carro con su pijama, sus sandalias y su bata. Se había guardado las bolsitas de cocaína en uno de sus bolsillos, inmediatamente se largó a su casa. A mí Pete, cara de chulo, me insultó antes de bajar de su deportivo blanco por haberle ocasionado tantos problemas. Yo le dije:
- Vamos, Pete, mi intención no fue molestarte.
Pete, cara de chulo, lanzó gritos aún más fuertes desde la ventana de su deportivo color blanco. Me dijo púdrete chibolo huevón, hijo de puta, reconchetumadre, afeminado de mierda.
- Paz y amor -le indiqué con una seña.
- Y feliz Navidad ¡conchetumadre!

Subimos rápido las escaleras caracol hasta llegar a mi segundo piso en Chacarilla. Allí nos encerramos con llave y contemplamos de cerca la marihuana brillante que habíamos conseguido. Era una hierba excelente que nos daría grandes resultados.
Marc gritó:
- ¡Vamos a fumar!
Saqué un papel y me puse a trabajar en aquel troncho. Le exigí a Marc que pusiera el disco que Bob Dylan que estaba encima de la nevera, pero no me hizo caso. Puso radio y empezó a sonar “Flaca” de Andrés Calamaro. De inmediato recordé el video clip de esa canción en MTV.
- Vamos, cambia eso.
Deshacía los moños, los hacía pedazos. La hierba había venido envuelta en un papel aluminio y estaba tan pero tan fresca que se podía oler a kilómetros de distancia.
- Pero es la canción de moda...
- Por eso mismo, cambia ya esa mierda.
Marc esperó a que terminara la canción. En realidad, todo hacía que me acordara de Charlotte. No podía esperar a fumar un poco y olvidarme para siempre de ella (como si la hierba fuera una especie de vino del olvido) saqué el papel de fumar e intenté armarlo. Fue inútil. Rompí el papel y el troncho se arruinó. Recordé una vez más el video de Calamaro de “Flaca” y aguanté las ganas de pararme y empezar a dar de tumbos por toda la habitación. Charlotte me había arruinado la vida: por su culpa me había rehusado a ingresar a la Universidad, y por su culpa estaba armando un wiro durante el verano, y por su culpa escribía una novela ambientada en los años sesentas...
Calamaro filmaba la ciudad de Buenos Aires desde su limosina. Leía un libro, fumaba cigarrillos, bebía mate. Yo acabé de armar el wiro. Marc, que todavía llevaba aquel bividí, su ropa de baño y sandalias, se acercó.
- ¿Y tus viejos?
- Ellos no se darán cuenta. Ni siquiera suben para saber cómo estoy.
- ¿Estás seguro?
- Dalo por hecho.
Prendí el canuto y en seguida prendí el incienso.
Andrés Calamaro llega a una bahía desolada y arroja una caja envuelta en papel de regalo.
- Sigues pensando en Charlotte, ¿verdad?
Succioné una vez más ese varulo. Moví mi cabeza de arriba a abajo. La canción terminó.
- Vamos, Marcel.
Le pasé el troncho. Me puse de pié. Marc dio un par de pitadas y me lo extendió de nuevo. Bob Dylan sonreía de manera distinta. Puse el disco Highway Revisited y localicé la canción “Queen Jane aproximately”.
- Vamos, Marcel, no todo es Bob Dylan en este mundo...
Sonreí a la fuerza, hice una mueca.
- Es cierto. También hay mucha cachimba y tecnocumbia.
Me dejé caer en el sillón verde ubicado en medio de mi sala. Marc se rió. Me preguntó:
- ¿Te sientes bien?
Moví mi cabeza diciendo: no, no, no...
- Vamos Marcel, ya olvídala.
Seguí moviendo mi cabeza: no, no, no...